La inteligencia artificial de Twitter no se equivocó. Me recomendó a una mujer acorde a mis gustos. El perfil de Alba de la Milpa no anunciaba servicios sexuales de forma explícita. Había que husmear un poco en su timeline para deducirlo.
Le envíe mensaje al número de teléfono adjunto a su bio. Esto me respondió:
“Soy una mujer que hace citas de acompañamiento sexo / afectivo, disfruto mucho mi labor y por lo tanto me manejo totalmente independiente” “Mido 1.71 y soy una chula morra con un cuerpo renacentista, jaja (…) ”
Alba de la Milpa Sagrada
En la información sugería hacer un depósito para confirmar la cita. La cantidad solicitada era simbólica, no tuve reparo en depositar de inmediato. Le envié el comprobante de depósito y acordamos el encuentro.
Durante el trayecto al hotel recibí un mensaje de voz
Por un asunto de logística le había pedido reunirnos en el hotel Montreal. Sin embargo, en el mensaje sugirió que me alojara en un hotel cercano al metro. A pesar de que el Montreal está ubicado sobre Calzada de Tlalpan, el metro queda bastante alejado para llegar caminando. Hace tiempo una escort ya me había recomendado el Harare. Queda a un costado del metro Villa de Cortés. Alba de la Milpa aceptó ir a ese hotel.
Recibir el mensaje sonoro de Alba no solo me dio confianza, también atizó el deseo de conocerla. Escuché una voz sensual, una voz espontánea e inteligente.
Ante el cambio de sede me pareció más cómodo llegar en transporte público. Tomé el metro y me bajé en la estación Villa de Cortés. Al caminar por los andenes, dirección norte-sur, noté a varias trabajadoras sexuales paradas sobre la acera. Apenas iban a dar las 5 de la tarde, las chicas estaban listas para chambear. Se sabe que Calzada de Tlalpan, la Merced y Sullivan son las principales zonas rojas (Red Light District) en la Ciudad de México. Y que Calzada de Tlalpan ocupa la mayor extensión de kilómetros donde uno puede contratar servicios sexuales a cualquier hora y todos los días de la semana.
Pasé por la puerta principal del hotel Harare y pedí una habitación para desocupar el mismo día. Cobraron $490 pesos.
Me asignaron una habitación apostada en el quinto piso. Supongo que no tenía mucho tiempo de haber sido habilitada. Los botones del elevador solo llegaban a marcar hasta el cuarto piso. Para llegar a la habitación tuve que caminar un piso por las escaleras.
Minutos antes de la hora acordada suena el teléfono de la habitación. Confirmo la entrada de Alba de la Milpa Sagrada. Mi corazón se acelera; la boca se me reseca. Recuento el dinero y lo vuelvo a colocar sobre el tocador. Saco dos condones de la mochila. Me veo al espejo y reacomodo mi cabello. Respiro profundo y escuchó que tocan a la puerta.
Un rostro bellísimo
En el medio abundan las escorts con atributos corporales. Lo que no es usual es encontrar a una escort bonita. Al ver su rostro asomarse por la puerta sentí admiración por su belleza. Hizo que me pusiera nervioso. Las facciones de su rostro me recordaron a Camila Vallejo, una ministra chilena y antaño dirigente estudiantil. No solo era conocida por su activismo, Camila Vallejo es una mujer de belleza extraordinaria.
Antes de iniciar me propuso darnos un baño.
Por momentos solo fui un espectador. La vi desprenderse de cada una de sus prendas. Antes de llegar a la ropa interior tuve que detenerla, no podía continuar. Había sido un grosero, le ofrecí quitársela con mis propias manos. Me hinqué ante su espalda y comencé lentamente a bajarle el calzón.
Luego de librar las anchas caderas y llegar a los muslos, la prenda opuso resistencia. Una parte había quedado dentro de la cavidad central de su cuerpo. La jalé con mucho cuidado. Finalmente cedió.
Para llegar a la total desnudez solo se interponía un collar. Quité el broche con escrutinio, le entregué el collar y en intercambio le di un besito huérfano sobre el cuello. Una vez despojada de lo accesorio, la vi caminar desnuda hasta la regadera. Una larga cabellera rosaba la línea vertical que indica la frontera entre lo sensual y lo sexual.
Comencé a quitarme la ropa de prisa. Tras bajarme los calzones noté que mi miembro estaba parado. A pesar de que minutos antes ya me había bañado, no podía dejar de pasar la oportunidad de compartir la regadera.
Antes de tener sexo me propuso tener una experiencia diferente, una donde la penetración no sea lo central en el encuentro. Proponía crear una suerte de conexión erótico-sensorial. Me preguntó si quería que iniciáramos con un masaje. Estuve apunto de dejarme llevar por lo que ella propusiera, cuando añadió: “O si quieres podemos empezar como tú quieras”.
Aquella tarde llevaba por lo menos un mes sin tener sexo. Entendía la intención, pero lo menos que buscaba era tener una experiencia sexual alternativa. Desde que la vi entrar añoraba tocarle todo el cuerpo, acariciarle la cintura, sentir sus nalgas en mis manos, chuparle las tetas, besar sin censura su hermoso rostro, sentirme dentro de ella. Así lo hice.
Luego de besar y tocar todo su cuerpo no tenía duda de que la trama sexual del encuentro rondaría en lo gentil, lo soft, en un sexo tranquilo tirando a lo tierno. La personalidad de Alba me pareció apacible. Me equivoqué.
Disfruté besarle los muslos y olfatear el centro de su cuerpo. De pronto Alba me interrumpe. Me pide que me acueste sobre la cama y que me ponga cómodo. Toma uno de los condones sobre el tocador, rompe la envoltura con los dientes y me lo pone.
Como una ingeniera sexual comenzó a construir los cimientos de lo erótico para después edificar el monumento a la perversión. De besitos tiernos colmó mi pecho. Poco a poco descendió hasta los muslos, lengüeteó esa parte inexplorada debajo de los güevos. Se acomoda y me la comienza a mamar.
Lágrimas
Hay tres tipos de lágrimas: las de dolor, las de felicidad y las infligidas por el placer. Ambas, con excepción de la primera, deberían de ser las que gobiernen nuestra vida.
Aquella tarde supe que el verdadero challenge del fellatio no es engullirla hasta el fondo de la garganta, sino mantenerla adentro el mayor tiempo posible. El rostro de Alba cambió radicalmente, su tez asumió un rictus de enojo y placer al mismo tiempo. El matiz que suma la perversión a un rostro hermoso equivale a lo que hace la lencería con el cuerpo femenino, lo que hace la sal al potenciar de forma exponencial el sabor de la carne.
Hubo un momento en el que me dolió la punta de la verga tras el choque sostenido con las paredes de su cavidad oral. La nariz de Alba topaba con la parte baja de mi abdomen.
De sus ojos comenzaron a brotar lágrimas. Tomaba un poco de aire y volvía a sumergirse para tragársela entera. Competía consigo misma: cada engullida duraba más segundos que la anterior. Con furia volvía a hacerlo, una y otra vez. Como si aguantara la respiración debajo del agua, ella volvía a emerger.
Aplastando el patriarcado
Convertido en un batidillo el centro de mi cuerpo hubo que asearlo antes de continuar. Con papel higiénico limpió la zona anegada y luego me cambió el condón. Por su parte, ella tuvo que limpiarse el camino de lágrimas trazado en su rostro.
Alba de la Milpa se pone de pie, abre un poco las piernas y se sienta sobre mí. Así estuvo un rato, moviéndose sin parar. Dijo que le gustaba sentirme, que tenía un muy buen “instrumento”. Con tremendo “perro culazo aplastando el patriarcado” hizo que me viniera sin poder resistir.
Me pareció sensual contemplar el lienzo de su cuerpo. Nunca había estado con una mujer con tantos tatuajes. Acaricié la muerte y la vida en sus brazos.
Después del sexo comenzamos a platicar. Ahí me di cuenta de la dimensión afectiva y espiritual de su belleza; la dimensión física era evidente. Es un instante particular cuando desnudos y pegaditos el sexo pasa a un segundo plano. Charlamos sobre nuestros planes de vida inmediatos, de nuestros gustos musicales y varias anécdotas. De vez en cuando compartíamos caricias genuinas y espontáneas. Supe el porqué Alba es “una mujer de lluvia / de sangre, en luna / de tierra, sal y duna”.
Fue la primera vez que quise estar más tiempo con una escort. Me di cuenta de ello al rozar con la punta de mis dedos el aguacate grabado en su brazo izquierdo, cuando besé la muerte dibujada sobre su hombro. Le pedí quedarse una hora más.
Para mi mala suerte ya había agendado a otro cliente.
Nos despedimos.