Bella Antonella. Pasión, besos y piernas de futbolista

escort colombiana cdmx

En menos de un mes estuve un par de veces con Antonella. En ambas ocasiones la experiencia fue intensa. Aquellas noches ardió un fuego muy distinto de lo que hasta el momento había tenido con otras escorts. Creo que pude haberme enamorado. La experiencia de varios años en este ambiente me ha enseñado a no dejarme llevar por ese tipo de sentimientos.

Antonella me platicó que el motivo original de viajar a la ciudad de México no fue precisamente para dedicarse a la putería. Tuvo que recurrir a esta profesión como un plan alternativo ante la dificultad de encontrar trabajo y hacer plata en la CDMX. La conocí poco después de haber llegado e iniciarse en el mundo del sexo por dinero. No sabía nada de ella. Ni siquiera la había considerado en mi lista de chicas pendientes a conocer. Es probable que de su “inexperiencia” provenga la causa del intenso y genuino encuentro que tuve con ella.

Supe de Antonella gracias a las recomendaciones que hicieron un par de influencers de la putería en Twitter. Sus fotos no eran atractivas, en el sentido de la calidad fotográfica, aunque sí honestas. Creo que muchas veces una foto mal tomada con una cámara de mediana resolución puede mostrar con mayor fidelidad y franqueza cómo la chica es en realidad, al contrario de las súper producciones fotográficas de muchas chicas en redes sociales que a la hora del encuentro resultan una decepción.

Para mí, las fotos de Antonella mostraban lo necesario para buscarla. Un rostro oculto que asomaba rasgos bellos y delicados, la piel blanca, los pechos pequeños, el culo mediano pero proporcional a su cuerpo y, sobre todo, unas piernas con un torneado particular que llamó mi atención de inmediato. La recomendación de personas autorizadas en la materia y un set fotográfico en la habitación de un hotel es lo básico que uno necesita para garantizar un encuentro que puede ir de lo bueno a lo excelente.

https://twitter.com/antonella_cdmx/status/1450941884130549762?cxt=HHwWhICzlZn946IoAAAA

Al principio me costó trabajo concertar la cita

La primera vez que la cité fue en el Hotel Montreal de Tlalpan. No suelo tomar servicios en el sur de la ciudad, y menos por la noche. Por cuestiones de trabajo me encontraba en aquella zona, no podía trasladarme a la Escandón, por lo general la zona base de mis operaciones puteriles. Al llegar a ese hotel, el cual todavía conserva ese aire de los años 70, recordé que la primera vez que estuve allí había sido casualmente con otra chica colombiana. Ella me había atendido en su habitación, la que por cierto estaba rodeada de maletas de viaje. Acababa de llegar de Colombia con una amiga, ambas venían exclusivamente a putear. Sin entrar en detalles puedo asegurar que aquella ocasión estuvo increíble, hasta me lastimé un poco la cadera al dar una embestida en falso ante el enorme culo de aquella mujer.

Con Antonella pude comprobar, luego de todos estos años, que las mujeres colombianas tienen un aura particular para el sexo. A título personal puedo decir que con las paisitas he tenido en promedio las experiencias sexuales de mayor intensidad en lo que va de mi vida puteril. Aunque hay quienes aseguran que las mujeres cariocas son incomparables. No sé.

https://twitter.com/antonella_cdmx/status/1451262641087778829

Entré al Montreal, pedí una habitación y subí por las escaleras. Al llegar al segundo piso escuché un taconeo que bajaba por las escaleras. De pronto apareció una mujer morena altísima, delgada, entallada en un putivestido blanco que presumía un culo espectacular. Esa escena transgresora, regalo de los dioses creadores de los recintos de cinco letras, echaría más leña a mi ardiente hoguera. Finalmente llegué a mi habitación. Antonella me confirmó por whats que ya venía en camino.

Recibo una llamada, autorizo y tocan a la puerta

Al entrar la noté un poco seria. Dejó sus cosas sobre el tocador y retiró su cubrebocas. Vestía una blusa roja y unos jeans entallados. Un atuendo casual, discreto, aunque lo suficientemente provocativo para desearla desde el primer momento en que retiró su gabardina.  Intercambiamos un par de palabras, solo las necesarias para tener un encuentro sexual civilizado entre dos desconocidos. ¿A quién no pone cachondo el acento de las paisitas? Mi corazón latía cual galopar de caballo. Todo yo estaba a la expectativa.

Antonella se acercó, me tomó del cuello y comenzó a besarme. Mi cuerpo sintió esa ráfaga súbita que eriza la piel. Nos besamos sin tregua. Primero, como si fuéramos amantes: besos apasionados, despacitos, sin descanso. Acariciaba su rostro, lo sostenía con ambas manos y volvía a besarla. La intensidad del momento comenzaba a escalar. Al tiempo que la besada le agarraba con desesperación su culo y lo frotaba con la palma de mis manos como si no hubiera mañana. Y sí, en efecto, uno sólo cuenta con 60 minutos.

¡Qué placentero al tacto sentir la abundante y firme carne de las nalgas de Antonella con la textura de la mezclilla! No pude esperar más tiempo para comenzar a recorrer el camino que termina en su entrepierna. Pude sentir el calor de su sexo mientras ella se estremecía.

Mi memoria guarda escasos recuerdos de besos con tal grado de profundidad y pasión como los de aquellas dos noches: Alina, la venezolana intensa a quien le supliqué que no parara de besarme como lo estaba haciendo; Nikki, una mina argentina hermosa quien enfundada en un sensual corsé me susurró al oído lo rico que nos estábamos besando; T. Saenz, una cachondísima morena de fuego que en un faje apasionado casi me hace venir; y AngieBoom, mi novia mexicana que por miedo a enamorarme de ella he decidido no buscarla más. Sí, pasó mucho tiempo para volver a besar a alguien con tal grado de intensidad.

La mayoría de las escorts saben coger, pero pocas saben besar. Un requisito importante del oficio

Me senté sobre el borde de la cama. Mi rostro llegaba justo a la altura de sus pechos. Con un poco de dificultad pude retirar su sostén. Nunca había retirado un sostén con cuatro broches. Parecía un sostén de castidad. ¿Quién puede olvidar la imagen de unos senos luego de liberarlos del yugo de un ajustado brasier ?

Luego de liberarlos de la opresión del sostén, comencé a besarlos. Suaves, tibios, pequeños. Me tomé mi tiempo para besar ambos pezones color café con leche, no quise dejar milímetro alguno sin recorrer. Al tiempo que restregaba mi cara entre sus dos pechos le agarraba su tibio y suave culo.

Desnudos sobre la cama seguíamos con los besos, la intensidad no menguaba. Nuestros labios parecían atizar a una llama perpetua, eterna, detenida en el tiempo, inagotable.

Las piernas de Antonella no pudieron pasar desapercibidas: dos columnas perfectamente torneadas y musculosas. Supe después que la particularidad de esos muslos provenía en gran parte de su afición al futbol. Antonella juega como delantera en Colombia. Supongo que debe ser una gran goleadora.

Luego de un faje intenso y prolongado, Antonella me pidió que me pusiera el condón. Pasaríamos al siguiente nivel del encuentro. Me levanté de la cama y tomé los dos condones que había dejado en el tocador, justo a un lado del dinero por el servicio, el cual Antonella agarró hasta el final, antes de partir.

Comenzamos con la posición de misionero. En el coito inicial hubo un aire de pasión inusual. Uno sabe distinguir cuando el encuentro sólo es coger por coger. La comunicación carnal parecía la de dos amantes que luego de un largo tiempo sin verse vuelven a reencontrarse en la cama. Al menos en lo personal me quedé con esa impresión. No sabía de donde provenía la mayor sensación de placer, de la intensidad de sus besos o de lo caliente y húmedo de su sexo. De un momento a otro miraba en el espejo nuestros cuerpos copulando, buscaba su mirada duplicada en el reflejo de la pared. Me cautivaba ver el cuerpo de Antonella postrado en la cama con las piernas completamente abiertas como pollo en parrilla.

Cambiamos de posición varias veces. Hasta que en la última me pidió montarme. Comenzó lentamente pero luego no me dio tregua. Los movimientos de su cadera fueron de tal amplitud y violencia que llegué a sentir dolor en el tronco inferior del pene. El rostro de Antonella estaba fuera de sí, como poseía por la excitación, no quería parar. Incluso la fuerza de sus movimientos de cadera y la contundencia de sus sentones llegaron a elevarme unos centímetros por la cintura. Me terminó allí mismo. Ese ímpetu y fuerza corporal sólo podía venir de una atleta, no lo había sentido con otras chicas.

Durante la charla intermedia me platicó de sus planes. Sólo le quedaban un par de semanas en la ciudad. Pero volvería a principios de diciembre. Me contó sobre la dificultad para conseguir empleo en Colombia, sobre todo por los estragos que ha causado pandemia. Ella es una persona con estudios y experiencia en su ramo profesional. Mientras me lo decía, yo le acariciaba las piernas, las nalgas, sus hermosos y suaves hombros.

Le pregunté si nos daba tiempo de aventarnos otro palo. Dijo que sí, entonces rápido me dirigí a la ducha a darme un remojón. Cuando salí noté que en el cuarto emanaba un olor a cloro, provenía del cesto de la basura donde había arrojado el condón. Las habitaciones en el Montreal son pequeñas, los olores emanados del acto sexual quedan impregnados en la atmósfera para recordarnos el aroma de la fiesta carnal.

Retomamos los besos

Pensé que me costaría trabajo estimular la erección, pero me equivoqué. A lo pocos segundos de sentir los labios de Antonella mi verga recobró el vigor inicial. Ella es un manantial de erotismo. Repetimos algunas de las posiciones del primer round. De mi parte no había un desgaste de la energía sexual. La belleza y sensualidad del cuerpo de Antonella me parecían de una vigencia extraordinaria. Verla otra vez por el espejo lateral de la habitación alentaba todavía más mi excitación.

Para terminar, le pedí que se pusiera en cuatro. Quería contemplar a su máximo esplendor ese culo blanquizco impecable; el arco perfecto de su espalda coronado por un discreto, pero protagónico tatuaje. La penetré con todas mis fuerzas hasta consumirme. Ambos tirados sobre la cama y mirando al techo de la habitación lanzábamos suspiros mientras nuestra respiración agitada comenzaba a normalizarse.

Antes de irse nos metimos a bañar juntos

Ella terminó primero y me preguntó si podía fumar. No hubo impedimento. Abrió la ventana de la habitación y encendió un cigarrillo. Como una espectadora pasiva, por fortuna, contemplaba el paso caótico de los automóviles que transitaban por Calzada de Tlalpan a vuelta de rueda.

La segunda ocasión en que nos vimos hizo lo mismo. Probablemente es el ritual de Antonella. Fumó un cigarro asomándose por la ventana de nuestra habitación, esta vez la que daba a un costado de la avenida Patriotismo.

Nos despedimos

En una semana ella regresaría a Colombia. Prometió estar de vuelta a principios de diciembre. Es probable que no volveré a verla, al menos por un tiempo.

Hace un par de semanas comencé a salir con una chica, la conocí también en Tinder. Luego del anterior intento fallido de cortejar a una mujer extranjera, creo que con esta chica podría pasar algo bueno. Disfruto mucho la vida puteril, aunque creo que debo de dar prioridad a la construcción de una relación amorosa. En caso de fracasar de nuevo, estoy seguro de que volveré a buscar a Antonella.