Luego de conocer a Antonella, y antes de estar con Gloriella, conocí a Catalina. Mis dos experiencias con Antonella me convencieron de continuar con la racha de escorts colombianas. No sé si sea yo, o si todas las colombianas tengan esa aura sexual, pero cada encuentro con las paisitas es una garantía de placer.
La recomendación de un tuitero me animó a hurgar en el perfil de Catalina. Una chica joven, muy joven, morena, bonita y de un cuerpo natural. Eso pude averiguar con sus fotografías. Dice en sus redes sociales que tiene 21 años. Concertar la cita fue fácil.
Un sábado por la tarde
Le pedí que llegara a las 5. Luego de estar con ella tenía planeado pasar una tarde cultural. Presentarían Orfeo y Eurídice en el Centro Nacional de las Artes. Primero me cogería a Catalina; después iría a escuchar ópera. Un extraño maridaje.
Catalina me dijo que no había problema, que estaría a esa hora, incluso me confirmó. Por supuesto supe que ella no tomaría el taxi hasta que le enviara la fotografía con el número de la habitación. En efecto, casi llegó a las 6 de la tarde. La ópera estaba programada para las 7 de la noche. Tenía que por lo menos salir del hotel con 10 minutos de anticipación. Mi asistencia a la ópera ya estaba comprometida. Por obvias razones debía darle prioridad al fornicare en lugar que al bel canto.
Me envía mensaje por el whats. Había llegado
Tocan, abro y entra a la habitación una chica morena súper producida. Jeans azules ajustados que estilizaban un hermoso trasero paradito. A esos jeans los acompañaba una blusa negra, de esas que se amarran con tirantes y que para sujetarlos debes de hacerles un nudo. A mitad de su espalda estaba el nudo cual moño de regalo. Bastaba con jalar una de las tiras para que toda la blusa cayera. Así sucedió.
Al entrar a la habitación Catalina primero atendió el teléfono. Mandó algunos mensajes, tal vez para confirmar su entrada a no sé quién. Luego de eso me prestó toda su atención hasta el final.
Cruzamos algunas breves palabras. Me dijo que la había puesto cachonda la manera sucia y lasciva en que la ví al entrar. Lo recuerdo bien, me la sabrocié con la mirada: primero mi atención fue captaba por su hermoso culo, luego escalaba por su cintura, hasta llegar a su espalda semidesnuda. Moría de ganas de jalar uno de los tirantes de su blusa. A toda esa vista se superponía su cabello, lacio y largo hasta la cintura. Su alaciado era perfecto, parecía que se lo había planchado antes de venir.
Comenzamos a besarnos
Los besos con Catalina fueron apasionados. Besos desbordados con ese encanto particular que uno experimenta al besar a una mujer muy joven y bonita. Cuando lo besos llegaban al clímax, la única manera de continuar con la escalada de pasión era agarrarle fuertemente de las nalgas y apretarlas hasta escucharla gemir.
Luego de agotar el recurso de los besos y sabrosearle su culito, no podía esperar más tiempo para saciarme de sus pechos, unas tetas pequeñas y firmes, de pezones grandes y negros como la misma noche. No tuve que lidiar para desabrochar los engorrosos ganchitos, Catalina no traía sostén. Resultó obvio cuando la vi entrar con su espalda casi desnuda.
Hubo un enigma que nunca pude revelar. No supe si sus ojos verdes eran verdaderos o producto de un artificio cosmético. Cuando se lo pregunté ella sólo me respondió: “Tú qué crees”, me lo repitió dos veces. Poco importó, yo sólo quería seguir chupando esas hermosas y tiernas tetas.
Desde mis tres últimos encuentros que tuve con escorts, antes de haber dejado el mundo de las putas y concentrarme en el noviazgo, me ha fascinado iniciar el delicioso con la posición de misionero. Antes la encontraba demasiado convencional, pero recién le agarré el gusto. Si hay una posición sexual fundadora de la civilización humana esa deber ser la de misionero. Para hacerle justicia a mi nuevo ritual, le pedí a Catalina que se acostara en la cama, se pusiera cómoda y que abriera las piernas. No sólo el ritual consiste en penetrarla de frente sino al mismo tiempo lamerle sus labios con mi lengua. Lengüetazos breves y despacitos. Ella entendió de inmediato, sólo asomaba su lengua y me hacía lo mismo.
Cógeme de cucharita
Pocas veces me había ocurrido que una chica escort me pidiera cogerla de una determinada manera. Catalina me pidió cogerla de cucharita. El tono en que lo hizo me pareció singular, lo hizo de forma amable, pero al mismo tiempo ordenándomelo. Se puso de ladito, levantó un poco su pierna derecha y entré suavemente. Sujeté uno de sus pechos y comencé a penetrarla por varios minutos hasta que le pedí cambiar.
Antes de pasar a otra posición le dije que se pusiera boca abajo. Quería ver el reverso de su cuerpo. Quería contemplar las finas formas de sus nalgas. Quise ser más curioso y abrirle las nalgas para verle el culo. Ella sólo se reía y decía que no lo hiciera, que sentía mucha pena. Tuve que desistir de mi intento de abrirle las nalgas como gajos a una mandarina.
Entonces me montó
Estuvo varios minutos cabalgando sobre mi pelvis. Lo hacía con ímpetu, sin parar, hasta que se lo pedí. La conminé a ponerse en cuatro. Sin abundar más, allí mismo me vine.
Durante la parte intermedia me metí a darme una ducha. Al salir la vi acostada. Esa postal la recuerdo mucho. Se veía erótica, pero de una manera artística. Más que evocar una respuesta sexual su silueta me produjo una sensación de admiración, de contemplación a sus finas formas. Creo que un pintor habría encontrado en ella una modelo digna para crear una obra maestra. Tuve una sensación similar con Rubí Conte ahora Rebeca Honey, cuando precisamente después de nuestra primera relación estuvimos platicando largo y tendido. Ella acostada de ladito viéndome directamente y recargando su cabeza en su brazo. Ya lo había dicho, parecía la maja desnuda de Velázquez.
Catalina me contó un poco sobre su situación en México. Al parecer vino exclusivamente a dedicarse a la profesión de escort, la suerte de muchas chicas colombianas que vienen a nuestro país. Creo que vino con una de sus primas. No quise ahondar más en la plática. Vi el reloj y supe que tenía que acelerar esto si quería ir a la ópera. Le pregunté a Catalina si nos aventábamos otro palo, dijo que sí.
Comenzamos de nuevo con besos y un sucio faje. Yo ya estaba listo así que me puse el condón y le pedí a Catalina que se colocara de perrito a modo paralelo a los espejos de la habitación para ver nuestro reflejo copular. Entonces la penetré con todas mis fuerzas. Recuerdo que duré mucho tiempo sin romper el ritmo, parecía seguir el clac de un metrónomo. No quería que terminará la escena, así que en el momento que comenzaba a nacer ese calambrito que anuncia la eyaculación, intenté aguantarme un poco. Funcionó, parecía que mi vigorosidad estaba recargada. Para aprovechar este segundo aire le propuse que cambiáramos de posición. Sin embargo, todo se vino abajo, literal.
Un grave error
Luego de pedirle a Catalina que cambiáramos de posición ya no pude venirme. Debí de haber terminado cuando la tuve en cuatro. Estúpidamente postergué el desenlace. Incluso ella pensó que allí mismo terminaría. Había sido un momento de gran intensidad que llegué a pensar que mis embestidas podrían haber lastimado a Catalina, un pensamiento ingenuo de mi parte al tener frente a mí a una profesional colombiana del sexo. Ya no pude seguir. Mi virilidad comenzó a menguar, ni el hermoso cuerpo de Catalina pudo reanimarme.
Nos fuimos a bañar
No había tiempo que perder así que le pedí que nos fuéramos a bañar. Ya en la regadera comencé a masturbarme. La figura desnuda de Catalina me volvió a seducir. Mi erección recobró forma. Catalina sólo me veía la verga como pidiéndomela de nuevo. Pero ya era tarde, yo ya quería que ella se fuera para salir corriendo. Para no irme con el fierro parado, y pasar por esa incomodidad durante la ópera, debía terminar con este asunto. Enjaboné mi miembro; me masturbé viendo a Catalina hasta lograr la eyaculación. Fue una sensación liberadora. No podía quedarme así, con la leche adentro.
Catalina terminó de arreglarse para atender a otro cliente. Nos despedimos.
Prácticamente esa noche salí corriendo del Montreal. Al ver el reloj, el cual marcaba las 7:50 pm, mi ánimo de ir a la ópera se fue por los suelos. Sin embargo, un impulso repentino me obligó a darme prisa y no renunciar.
Llegué tarde, pero a tiempo. Justo cuando Orfeo lloraba la muerte de su amada Eurídice. Durante algunas arias la figura de Catalina regresaba a mi mente. El color de sus labios, el olor de su perfume, la suavidad de su cabello y la erótica estampa de su cuerpo, desnudo y siempre dispuesto a entregarse a sus clientes.