Rosmery fue la segunda escort que contraté en mi vida. Creo que fue hace 7 años. La encontré anunciada en el desaparecido sitio de escorts, el mismo que la policía clausuró años más tarde por vincularlo con una red de tráfico de blancas.
En aquella época la mayoría de las escorts no utilizaban las redes sociales. Existían pero aún no gozaban de mucha popularidad en nuestro país. Portales como esos representaban una de las pocas opciones para hacerse de una buena publicidad, sobre todo para las chicas extranjeras. Además de la sección para anunciar los perfiles de las escorts, el sitio tenía un foro en el que los clientes relataban con minuciosidad, y mucha pasión, la experiencia de los servicios.
Rosmery era una de las mujeres que pertenecía al selecto grupo de “las consagradas”. Básicamente lo que esa categoría significaba es que quien la contratara se llevaría la cogida de su vida.
Después de darle muchas vueltas al asunto me comuniqué con ella. Todo fue por teléfono. Me pareció simpática la manera en la que daba la información. Se dirigía a los clientes como “Mi príncipe”. “Mi príncipe mi servicio te incluye… “Mi príncipe atiendo en el hotel…” “Mi principe te agendo a tal hora…”. Me ofreció una promoción que incluía una relación vaginal y otra relación anal. Concertamos la cita en un hotel que ella misma sugirió, el Villas Patriotismo. Con el tiempo supe que ese hotel es la Meca para las citas de amor de paga.
Ella ha sido la escort más puntual que he conocido. Como empresaria del placer tiene una relación particular con el tiempo. Para Rosmery el tiempo es dinero y no puede darse el lujo para despilfarrarlo. Llegó justo a la hora que acordamos.
Al entrar a la habitación debo confesar que no me sorprendió. Vestía un atuendo deportivo un poco holgado. Hasta la fecha en sus fotos nunca ha mostrado el rostro. Pero ella es bonita. Me recuerda a la belleza de las mujeres jaliciences. Sólo que Rosmery es venezolana. Me impactó la forma tan segura en la que entró a la habitación. Imponente, segura de sí misma, podría decir que intimidante. Antes de empezar sólo cruzamos unas cuentas palabras. Ni de mi parte ni de la suya hubo disposición para charlar. Ella sólo quería coger, servir a su Príncipe.
Me pidió que me recostara sobre la cama mientras ella pasaba al baño a cambiarse. Salió con un trikini rojo y unos tacones enormes. Creo que la descripción de su cuerpo sale sobrando. Tiene el famoso físico de las mujeres venezolanas de piel canela, el físico de modelo de revista: piernas largas y unas nalgas excepcionales. Sólo en persona uno puede dimensionar la perfección de ese hermoso culo. En la actualidad ella misma se anuncia como “muñeca culona”.
Se acerca al borde de la cama y se quita la prenda provocativa
Se sube a la cama y a gatas se aproxima a mi. Llega directamente a mi verga y la comienza a mamar como una loca. La escupe sin pudor, sin recato, de forma sucia y retadora para luego metérselo hasta el fondo de la garganta. Noté con placer que Rosmery salivaba a borbotones. Con el pene repleto de saliva y fluidos me empezó a masturbar con la mano desesperadamente. Quería terminarme allí, postrado en la cama. Yo me sentía tan excitado de verla, escucharla y sentirla que no quería terminar. Hubo un momento que lo hizo con tanta energía y rapidez que ella tuvo que parar por cansancio. Incluso me felicitó. Aguanté con estoicismo.
Después de ese episodio volvió a meter mi verga hasta el fondo de su garganta. Esta vez no pude resistir más tiempo y exploté dentro de su boca. Ella lo sintió pero continuó mamándola por unos segundos más. Quería extraer hasta la última gota. Finalmente escupió todo el semen sobre mi pene. Me dijo que no me moviera, que permaneciera en esa posición. Se levanta y trae una toalla de mano y comienza a limpiar a conciencia toda la zona embadurnada. Me limpia y tira la toalla.
Platicamos por unos minutos. Nada en especial. Ni siquiera lo recuerdo. Lo que no puedo olvidar es la sensación al tacto de mi mano derecha acariciando esas nalgas perfectas. Después de retozar me pidió que me diera un baño para continuar con el servicio.
Remojé mi cuerpo y lavé la zona del desdoro. Salgo de la ducha y con calma me seco el cuerpo. Apenas unos pasos afuera de la ducha, a la altura del tocador, veo que Rosmery se levanta y se aproxima a mi. Súbitamente me despoja de la toalla que había fijado alrededor de mi cintura y, apoyada sobre sus enormes tacones, se coloca en cuclillas. Con actitud digna de una dominatrix comienza a escupirme el pene y a masturbarlo. Quedé sorprendido, no la esperaba. Mi pene todavía estaba dormido por la anterior mamada. La escena fue tan caliente que apenas transcurrieron unos segundos cuando mi pene volvió a recuperar el vigor y la firmeza que la verga cobra durante la primera cogida. Ella sabía cómo y cuándo provocarlo, es una profesional.
Al ver que el instrumento estaba listo, Rosmery se levanta y me invita a pasar a la cama. Saca una caja de condones y me pregunta: “¿Mi Príncipe por dónde quieres darme? ¿Por mi vagina o por mi colita?”. El eterno dilema que ha ocupado a los sabios. Elegí su colita, no había mucho que pensar. Me pone el forro y lo embadurna de harto lubricante. Toma un poco más sobre sus dedos y comienza a untarlo sobre su orto, lo masajea. Me dice que no hace anal en cuatro, que sólo lo hace de ladito. Rosmery se recuesta y con su mano jala su glúteo derecho hasta que su culo se asoma. Me pego a sus nalgas y entro. Comienzo suave y lento para pasar después a un frenesí descontrolado cuyo objetivo era romperle sin piedad el culo.
Esta escena no puede convertirse en un verdadero encuentro con Rosmery si no menciono sus gritos. Nadie grita como ella. No exagero. Hubo un momento en el que sus gritos me pusieron nervioso. Llegué a pensar que las personas encargadas de la seguridad del hotel irrumpirían de súbito a la habitación. Que intentarían tirar la puerta para rescatar a quien estaban torturando. Los gritos, sin duda, fueron sobre actuados. Pero la exacerbada actuación me resultó placentera. Llegué a sentirme fuera de si, me sentí como un animal que sólo la embestía por el culo. Lejos de llegar al punto máximo de excitación mi cuerpo no quería parar. Así que no dejaría pasar la oportunidad de venirme en las nalgas más perfectas que hasta entonces había visto. Le pedí venirme sobre esa postal de trasero venezolano.
Me quito el forro de plástico y comienzo a masturbarme frente a su imponente trasero. Le digo que la quiero en cuatro. El culo que asomaba entre esas piernas abiertas se encontraba dilatado y húmedo por los embistes de un animal en celo. Ella contoneaba sus nalgas de un lado a otro. Hasta que llegó a suplicarme con su cachondo tono de voz de meretriz venezolana: “Dame mi lechita, dame mi lechita. Por favor, dame mi lechita, dámela. Calientita. Mi Príncipe dame mi lechita”. “Sí mi amor te voy a dar tu lechita. Ya casi mi amor, ya casi…”, le dije. Finalmente eyaculé gritándole a Rosmery que allí la tenía, allí tenía su lechita.
Caí rendido a un costado de ella disfrutando el simultaneo efecto de paz y placer que produce el orgasmo. Rosmery se levanta y va directamente al lavabo. Viéndose al espejo comienza a cepillarse los dientes de manera concienzuda. Se aliña para la siguiente cita. Lo que ví en ese momento es una obra maestra digna del museo pornográfico de mis recuerdos: veo a Rosmery desnuda de espaldas con mi eyaculación escurriendo por el centro de su cuerpo hasta llegar a una de sus nalgas. No parecía preocuparle portar mis fluídos sobre su cuerpo. Esa postal me traumó.
Pasa a la ducha para limpiarse apropiadamente. Alista sus pertenencias y nos despedimos para nunca volvernos a ver.