Le fui infiel a mi novia con una puta. Nunca lo había hecho. Cuando me despedí de la Norteñita supe que había sido el último servicio en su jornada laboral.
Aquel día amanecí frustrado, de mal humor, iracundo y con unas tremendas ganas de coger. Días antes el algoritmo de Youtube me había recomendado los videos de un coach que asesora a chicas que no pueden encontrar pareja. Chicas de más de 30 años, sobre todo a madres solteras cuyos estándares exigentes apuntan al 1% de los hombres. Mujeres que han topado con lo que le llaman el muro. Chicas que vieron pasar sus mejores años de juventud, belleza y fertilidad y que terminaron embarazándose de patanes. Suele suceder, uno es víctima de la libertad, de la propia elección.
Recuerdo que una de las chicas, una madre soltera centroamericana que vive en Estados Unidos, le enlistaba al coach una serie de estándares absurdos para que algún caballero tuviera el chance de tener una relación con ella. De entre todos los requisitos hubo uno con el que me sentí humilladamente identificado: “Yo no tengo sexo con la persona que salgo sino hasta los seis meses”, dijo. El coach no pudo esconder una risa burlona, la cual de inmediato compuso con un rictus de solemnidad.
El ¿y tú qué ofreces? salió de los labios del coach. Esta pregunta se ha vuelto un cuestionamiento incómodo para aquellas chicas que creen merecer todo lo mejor por el hecho de ser mujer. Respuestas como las de “el premio soy yo”, “yo ofrezco mi presencia”, “soy una chica fiel y amorosa”, bastan para reclamar todo lo que a un hombre le ha costado una vida construir.
Antes de su llegada al Hotel Castillo en Tlalpan, la Norteñita mantuvo la comunicación constante, me pareció inusual. No es común encontrar a una escort con buenos modales. El último recuerdo que tengo de alguien así es Angie Boom y Alba de la Milpa.
Minutos antes de la hora pactada tocaron a la puerta. Al entrar, me dio la impresión de estar frente a una buchona: vestido negro entallado; figura estilizada, labios rojos carnosos y encendidos, algunos dirían los labios típicos de una mamadora. De pelo negro intenso, tan largo que llegaba a descansar sobre ese enorme culo cuyas fotografías no le hacen justicia. Nadie podría negar el porte y la sensualidad de la Norteñita.
Hasta ese momento tuve la impresión de que ésta había sido una elección acertada. Como cliente es importante elegir a una mujer ocupada en el buen cuidado de su cuerpo. Sin embargo, esto es solo la mitad de lo que se necesita para brindar un servicio memorable. La otra mitad, sin duda, es la actitud. Podría afirmar, incluso, que pesa más la actitud que la belleza. Cuando uno encuentra ambas virtudes, no cabe duda de que está frente a una escort.
Transcurrieron los primeros minutos y la impresión inicial comenzó desmoronarse. Cuando una chica llega con prisa para despacharte, cuando de inmediato te pide el dinero, cuando te dice que te desnudes, cuando los besos y el cachondeo están prohibidos, sabes que fuiste víctima de la calentura visual. Suele suceder, a veces no hay que ir a la segura y tomar riesgos.
Muchas de las autodenominadas “escorts” de twitter brindan un servicio parecido a las putas de Sullivan. Cada vez hay menos diferencia entre el servicio de una puta de banqueta y el de una puta de plataforma. Peor aún: hay servicios de 4 mil a 5 mil pesos la hora que brindan las mismas prestaciones que las que ofrecen las meretrices del Hotel Condesa de Tlalpan.
Disfruté poco tiempo ese par de ubres atravesadas por dos piercings. No hubo chance de mamarle esas enormes tetas de galeno perfectamente diseñadas para hacer un balance con el culazo que vende en sus redes sociales.
El servicio no fue malo, pero no es el servicio de una escort. El servicio de la Norteñita está a mitad de camino entre la experiencia que uno puede tener con una prostituta tradicional, la que encuentras en la calle, y el servicio de una escort promedio.
Una escort es una mujer que irrumpe a la habitación y te come a besos. Te invita a que la desnudes, toma la iniciativa y se desabrocha el primer botón del pantalón. Cuando le pides que te escupa a la boca lo hace con una sucia elegancia. Te escupe la verga y te la mama tan profundo que las sombras oscuras alrededor de sus ojos comienzan a desteñirse. Antes de que termine la hora, te la comienza a mamar y te exige el segundo palo. Por este tipo de servicio muchos de nosotros hemos engañado a nuestras esposas y novias. Por servicios como estos se han perdido matrimonios, muchos caballeros se han ido a la ruina financiera, y otros tantos han cometido el error de enamorarse de una escort.
Dicen que la experiencia con una escort es muy personal, que a cada quien le va distinto en la feria. Sin embargo, hay un punto en el que la experiencia le permite a uno tener una opinión cercana a la objetividad. Con la Norteñita tuve una experiencia encontrada. Me sentí mitad complacido y mitad frustrado. Después de terminar le pregunté si podíamos aventarnos un segundo asalto. “El servicio es de una hora, pero solo de una relación”, respondió. Para ser más preciso, una hora puede equivaler a 5, 10, 30 ó 60 minutos dependiendo de la virilidad del cliente.
Puta y escort no son lo mismo
Me deja inquieto saber que le fui infiel a mi novia con un servicio mediocre, le fui infiel con un servicio que no valió la pena. Daba igual seguir en la abstinencia luego de seis meses que haber tenido este servicio insípido, una experiencia inmemorable que he decido no olvidar al dejar este testimonio.
Creo que la decisión de traicionar a mi novia fue originada por la impotencia y el rechazo. ¿Cómo puedo seguir saliendo con una persona que no quiere tener sexo conmigo? ¿Qué oculta? ¿Por qué no me deja ir? ¿Por qué no puedo dejarla?