Desde el principio supe que ella no era una mujer para mi. No me importó. Con todo hice el esfuerzo para que la relación funcionara. Ella no. Duramos casi un año. Durante ese periodo nunca tuve la necesidad de contratar escorts. Suena cursi: mi novia llenó extrañamente ese aspecto, a pesar de que el sexo fue malo, debo confesar. Me había prometido a mi mismo que cuando llegara a tener una pareja sólo estaría con ella, que me tomaría en serio la relación. En aquel entonces me sorprendió la ausencia, la completa pérdida del deseo de contratar a una puta profesional, de obtener por medios artificiales lo que mi relación no pudo darme y a lo que estaba acostumbrado desde que me inicié en esto.
Tras volver a la soltería supe que el duelo debía terminar cuanto antes. Como lo he dicho, uno no puede dejar tan fácil la putería. Probablemente nunca la podré dejar, al menos hasta que el cuerpo lo permita. La experiencia erótica y sexual que he tenido con escorts ha opacado a la de mis relaciones de pareja, sobre todo a esta última. No obstante, la vida de pareja me puso a raya por un tiempo.
Tanto años contratando y actué como un novato
Abrí mi antiguo archivo de chicas a contratar y fui a la sección de por descubrir. Así llegué al perfil de Mafer Echeverri, una teen colombiana que prácticamente no contaba con reseñas destacables. Tras buscar tampoco encontré referencias de los putangueros de mayor autoridad en Twitter. Apenas algunos comentarios random que la propia Mafer retuitea en su cuenta. Supe que debía arriesgarme, aunque ahora que lo pienso: cuál era el caso habiendo tantas escorts seguras. Quise darle un voto de confianza al tratarse de una escort colombiana. Nunca me han defraudado. Todos en este medio sabemos que las escorts colombianas gozan de una excelente reputación.
Le envié mensaje pidiendo información y esto fue lo que me respondió:
Ofrezco el servicio con preservativo, soy una chica muy linda llego oliendo muy rico nos podemos bañar juntos como tú lo quieras podemos jugar un rato me encanta que me hagan oral, me mojo muy rico. Me puedes hacer las posiciones que quieras no soy diva me puedes besar el trato de novios, me encanta hacer oral, al evento siempre llego con tacón…
Mafer Echeverri
En efecto, el trato que recibí de Mafer Echeverri fue similar al de mi (ex) novia, por eso la relación no funcionó. De muchas buenas intenciones pero de pocas acciones.
¿Dónde quedó la cachondez colombiana?
Nos vimos en el Hotel Montreal. Tenía mucho tiempo que no pisaba ese hotel. Mi última vez en una de esas célebres habitaciones, las que tienen espejo lateral, la espectacular Gloriella me dio una revolcada bien puercota. Fue una despedida digna antes de retirarme momentáneamente del mundo escort.
Mafer me pidió mi ubicación para asegurar que estuviera en el lugar. Ella también compartió la suya. Al entrar a la habitación llegó una chica de unos 23 años, cabello larguísimo y bien cuidado. Outfit casual, discreto, entubada en un pantalón de mezclilla gris. De semblante serio y difícil sonrisa, Mafer se quitó el cubrebocas y me dio un beso en la mejilla.
Yo ya estaba listo. A pesar de que llegué pocos minutos antes de la hora acordada, ya había cumplido con el ritual del aseo. Mafer se metió a dar un regaderazo. Al final del encuentro volvió a darse otro.
Salió desnuda solo cubierta con la toalla. Me pidió que me pusiera cómodo, que me desnudara. Desde ese momento supe que el servicio no sería lo que estipulaba la información. Yo buscaba la llama sin control, la revolcada puercota, la clase de trato que por lo regular las connacionales de Mafer tienen con sus clientes y por el cual las mujeres colombianas son potencia en este oficio.
Me acerqué a besarla pero no hubo una respuesta positiva. Hizo a un lado su rostro. Sólo me permitió darle algunos besos en las mejillas. En ese momento mi líbido comenzó a bajar algunas rayitas. Para los hombres que contratamos escorts, los besos deben ser, o deberían ser, un servicio obligado, indispensable, tanto como el mismísimo coito. A ese nivel llegan los besos, al menos para mi.
Ante la ausencia de sus labios recorrí a besos su espalda, la abracé por detrás posando mi dos manos sobre sus pequeños senos. Coloqué mi verga sobre sus hermosas nalgas que junto a sus piernas torneadas son las partes de mayor atractivo de Mafer. Me puse de rodillas, la recargué en la cama para voltearla y le abrí las nalgas. No quise dejar lugar alguno de su hermoso culo sin la humedad de mis labios.
Me preguntó si quería un oral. Me puso el condón y comenzó a chupármela. Comenzó con un buen ritmo, sin interrupciones, después aceleró un poco el tempo. Retiró su boca y comenzó a masturbarme con ímpetu, mirando fijamente mi verga sin parpadear.
Le dije que me la quería coger de perrito. Me gustó la iniciativa que ella misma tomó al colocarse sobre la cama de tal modo que pudiéramos ver nuestro reflejo follar en el espejo. Eso me excitó. Ver a Mafer en esa posición fue la postal de la tarde. Me quedo con esa imagen. Tiene un culo hermoso, suave, de finas y firmes formas. El trasero de una mujer antes de llegar al cuarto de siglo.
Estuvimos unos minutos en esa posición. Después le pedí que me montara. Para verse ella misma de frente al espejo Mafer se colocó de vaquerita invertida. Otra vista digna para inmortalizarla en una postal. Amé ver los labios del centro de su cuerpo moverse a la inversa del movimiento de su culo. Ante tal sensación quise estallar. Mafer sólo me dijo: disfrútalo.
Luego de la primera y única faena que tuvimos, Mafer me contó que no se dedica de lleno al oficio de la putería. Tiene un empleo formal. Que se había metido de escort para generar un dinero extra. En la calle ella pasaría por una chica “normal”. De pronto se levantó y se metió a bañar de nuevo.
Debo admitir que Mafer hizo lo posible por complacerme, por hacerme sentir cómodo, a pesar de los bemoles. Incluso me hizo un masaje. Pero me quedé con la espinita. Siento que el encuentro me quedó a deber. Más que su actitud, su juventud, belleza y cuerpo fueron las cualidades que hicieron que el encuentro fuera pasable. Estar con Mafer fue como probar un manjar, una exquisitez que cautiva la vista aunque no con el correcto sazón.
Lo principal que uno debería de obtener de una escort es el arrojo sexual, la seducción, la cachondez, el performance. De ahí pueden graduar los niveles de putería. Moría de ganas de coger como un loco, de pedir esquina, de follar como si el mundo terminara ese mismo día. En parte fue mi culpa: tantos años contratando y me dejé llevar por los impulsos antes que dejarme llevar por las opiniones de los experimentados. A veces sí funciona, pero esta vez no fue el caso.
Fue extraño pasar casi un año de pareja y de pronto contratar a una escort. Ahora que lo pienso mis estándares de vida sexual han sido trastocados -para bien y para mal- por mi experiencia con escorts.
Mis escorts han puesto la vara muy alta. Cuando finalmente encuentro a alguien para intentar tener una relación formal no logro pasarla plenamente en el ámbito erótico y sexual. No imagino lo que debe sentir una escort en retiro, jubilada, una que ha decidido formalizar una relación, una que ha optado por llevar otro proyecto de vida. Para ellas la vida cambia para siempre. El deseo y la necesidad que sienten por tener sexo todos los días, y muchas veces al día, debe ser difícil de controlar, de sustituir. ¿Qué podría remplazarlo? El único camino para hacer la vida llevadera en esas circunstancias es renunciar a la plenitud sexual, no sé, incluso al amor.