Cuando uno está enganchado en el mundo del sexo por dinero, el viajar a otros países siempre será motivo de turismo sexual.
Por razones de trabajo estuve una semana en Buenos Aires. No es un secreto que en CDMX las escorts argentinas gozan de una excelente reputación debido a su belleza, carisma, cuerpo y servicio. Al menos en mi experiencia las chicas de la tierra del tango y el mate han resultado en inolvidables encuentros. Dentro de mi itinerario laboral no podía dejar de pasar la oportunidad de conocer a una chica porteña.
Todo ocurrió en Palermo, un tradicional barrio que podría encontrar su equivalente en la colonia Roma de la Ciudad de México.
La última noche de mi estancia dediqué un tiempo considerable a buscar escorts. Luego de indagar en el mar de la infodemia marqué a una agencia para solicitar información sobre una de las chicas que mostraban en su sitio web. La chica que me había agradado no estaba disponible, pero había otras “minas” hermosas y dispuestas, me dijeron.
A diferencia de la tradicional forma en que las agencias de escorts en CDMX brindan servicio, por lo común en hoteles, en el país de Maradona y Messi las chicas despachan a sus clientes en una “oficina” o sede. La chica al teléfono me comunicó una dirección, una sede puteril que coincidentemente se encontraba a unas cuantas cuadras de mi hotel en Palermo Soho.
Según Google Maps el destino que me aguardaría aquella noche solo estaba a 10 minutos a pie.
Caminé por las calles de aquel barrio elegante, pletórico de restaurantes y vida nocturna, hasta llegar al punto señalado por la chincheta roja. Mi corazón comenzaba a incrementar sus latidos.
Toco el timbre
Una mujer joven abre la puerta y me invita a pasar. Por adentro el lugar estaba limpio y elegante, la atmósfera se encontraba envuelta por una música zen como la que se suele escuchar en las ceremonias de meditación. Llamó mi atención que, al menos a la vista, solo había un par de mujeres atendiendo el recinto. Una de ellas me pidió que la siguiera por un pasillo que conducía a una habitación. Dijo que esperara adentro, que las chicas disponibles comenzarían a llegar en un momento. Cerró la puerta.
No pasaron ni dos minutos cuando tocaron. Entró una chica delgada con una pequeña blusa blanca y unos jeans azules ajustados. Me saluda y comienza a modelar su cuerpo; termina y sale del cuarto. Enseguida entra una segunda chica y hace lo mismo: presentación y modelaje. Ambas chicas eran muy atractivas. Pude haber elegido a cualquiera de las dos pero yo quería que el desfile continuara.
Entra una tercera chica
No había más que pensar, quedé flechado. Tez blanca, blanquísima, cabello negro intenso, senos pequeños y un inmenso y hermoso culo. Apenas la vi entrar y dije la quiero a ella, no hay más que ver. A pesar de que le había comunicado mi decisión, ella comentó que todavía faltaban algunas chicas por presentarse.
— No, así está bien, no hay más que elegir. Contigo está bien, le repetí.
Esbozó una sonrisa y asintió. Le pagué el servicio, alrededor de mil pesos argentinos, tomó el dinero y salió. Dijo que regresaba en un momento, que mientras tanto podía asearme y ponerme cómodo. La habitación disponía de un pequeño baño con apenas los elementos básicos de asepsia. Me sentía un poco nervioso y, por supuesto, emocionado. Irradiaba en mí aquella emoción que sólo produce el encuentro con una hermosa mujer a la que te vas a coger sin conocerla.
Valentina, su nombre profesional, regresa a la habitación. Comenzamos a platicar. De pronto se hinca frente a mí, lentamente me desabrocha el cinturón y de un tirón me baja el calzón. Supuse que antes de mamarme la pija (coloquialmente así le llaman al miembro viril masculino) me pondría un condón. Las cosas no fueron así, solo me dijo:
— Mis colegas me reprochan que no la mame con forro, pero a mi caga el sabor a plástico del látex.
Bueno, ni cómo oponerme. Tras varios minutos de felatio tuve que interrumpirla. Le pedí que se pusiera de pie para comenzar a desnudarla. Me hinqué frente a ella, le desabroché el entallado shortcito de mezclilla que vestía y abracé sus enormes nalgas. Suaves, cálidas, firmes, diáfanas, sin marcas ajenas a su piel; libres del rastro que suelen dejar los años. Las abracé y besé con sumo cuidado. Descansé mi rostro sobre ese hermoso booty porteño a guisa de una almohada de carne. Las abracé con tierna lascivia, con amor y deseo sexual. Sopesé cada uno de sus glúteos con las palmas de mis manos. De hecho necesité un par de palmas más para abarcar ese inmenso culo de pigmentación cuasi albina.
Le pedí que se colocara en cuatro para observar esa cola en todo su esplendor. En efecto, nada ni nadie podría resistirse a unas nalgas de ese calibre. Con prisa me puse el forro para principiar los embistes. Ante tal posición tuve que administrar la líbido de lo contrario terminaría en minutos. Pasamos por un par de posiciones hasta que en una de ellas Valentina se sentó sobre la cama, acodó unas almohadas detrás de su espalda y abrió sus piernas. Lentamente acarició sus muslos con ambas manos y me pidió que por favor la cogiera.
Ambos estábamos sudando. Sus pechos mojados, sus pezones levantados, sus largos cabellos lucían caóticos y empapados de sudor. Nos veíamos fijamente a los ojos. Ella metía una y otra vez sus dedos a su boca, luego los metía a la mía. Súbitamente comenzó a rasgar mi pecho con una de sus manos para después bajar a acariciar mis pezones, justo en esa diminuta terminación nerviosa que fulgura un inmenso placer. Eso me volvió loco, eso me vuelve loco, no pude resistir. Exploté con un alarido depositando dentro de ella toda mi saciedad sexual.
Le comenté que había tocado uno de mis botones. Ella lo sabía. Como una experta en la geografía del placer su responsabilidad es conocer el cuerpo masculino, creo.
Antes de la despedida tuvimos una plática amena. Me expresó su preocupación por la falta de trabajo y la eterna crisis económica en Argentina. Le consternaba la poca chamba. Tenía a su cargo un hijo y un padre enfermo. En broma me pidió que la llevara a México conmigo.
Luego de vestirnos me acompañó a la salida. Nos despedimos con un abrazo y un beso. Al tenerla frente a mí tuve el deseo de volverla a follar, a pesar de que lo acabábamos de hacer un par de veces.
La última noche en Buenos Aires había terminado para mi. Caminé de regreso al hotel y empaqué las maletas. Fue un viaje inolvidable: tomé mate por primera vez, conocí el Teatro Colón y el Ateneo, disfruté de un tango en el Caminito y, por supuesto, probé la mejor carne argentina.