Rebeca Linares: Mon amour

El algoritmo de twitter me sugirió el perfil de Rebeca Linares. Vivimos en tiempos donde los programas informáticos trazan nuestro destino. Por lo general no se equivocan. Así fue como pude conocer a Rebeca Linares, mi amante por una tarde, por una hora, mon amour.

Antes de contactarla veía con placer las pocas fotos y los anuncios que publicaba en twitter. Ella es hermosa, no cabe duda. Lo que llamó mi atención fue que Rebeca no era mexicana, que era una extranjera francoparlante. Recuerdo que en aquel tiempo ella estaba apunto regresar a su tierra. Supe que no podía dejar de pasar la oportunidad para conocerla. Debo confesar mi debilidad por las mujeres francófonas. Concertamos la rendez-vous (la cita) para un sábado por la tarde.

Nos vimos en el Roma Amor

En la información que me había comunicado por whats mencionaba el precio del servicio, además de una atractiva leyenda que decía:

Por promoción el anal está incluido

Rebeca Linares

De pronto suena el teléfono. Anuncian la llegada de mi acompañante. Autorizo su acceso.

Abro la puerta y me saluda de beso en la mejilla. Entra y deja sus cosas sobre uno de los muebles. Se sienta sobre la cama y comienza a observarme. De arriba a abajo, con una sonrisa sincera. Debo decir que la manera en cómo lo hizo me puso nervioso. Dijo:

No me había tocado alguien como tú.

Se pone de pie para despojarse de sus prendas. Al instante me enamoré de su desnudez, de su piel morena clara, de su vientre plano, de sus piernas esculpidas a mano, de su acento francés, de su sinceridad y franqueza.

Quedó en ropa interior. Pedí permiso para tocarla. Quería sentir sus caderas de bailarina sobre mis manos. Tentar los trazos de aquel tatuaje que divide su pecho.

Nos besamos tiernamente unos minutos. Luego ella comenzó a besarme el pecho hasta llegar estrepitosamente a mi verga. La examinó con detenimiento, la evaluó de los güevos hasta la punta, la olfateó con elegancia para engullirla finalmente de forma violenta.

Le pedí sesenta y nueve

Tenía la inmensidad de su culo y sexo frente a mi rostro. Mientras contemplaba ese panorama ella se encontraba en trance. Se atragantaba con mi pene hasta lo más profundo de su garganta. Emitía de su boca ese característico sonido a vacío. Pude sentir mi prepucio rozar la campanilla de su garganta. La base de mi pene estaba inundada de saliva; escurría hasta formar un canal que bajaba a un lado de mi culo.

Casi apunto de explotar le pido interrumpir la heroica mamada. Mientras nos besábamos, hincados sobre la cama, me ponía el forro de látex. Rebeca en automático se pone en cuatro y veo una escultural silueta frente a mi. Rebeca, mon amour, tiene una de las mejores posturas en cuatro que jamás haya visto. El culo alzado, las piernas abiertas y la columna arqueada. La virtud de su plasticidad se debe a que es bailarina.

Voltea y me ve de reojo. Me pide que la folle. La penetro una y otra vez. A cada embiste que ella me propinaba, yo le nalgueaba ese hermoso culo.

El potro del amor

Cuando llegué a la habitación noté el famoso mueble ecuestre. Nunca pasa desapercibido. Le pedí coger sobre ese artefacto de placer. Me sugirió sentarme sobre la parte curva en el centro para que ella pudiera ponerse encima de mí. No pude resistirla. Apenas un par de sentones me vine de inmediato. Me pareció excesivamente placentero tenerla abierta de piernas dándome la espalda y moviendo el culo sin ninguna consideración. Rebeca se veía sensual, sucia, hermosa.

En la charla intermedia me enamoré todavía más de ella, de su acento francés. Durante el preámbulo para la segunda relación le comenté mi fantasía de realizar un ménage à trois. Me pasó el contacto de un par de sus amigas con las que hacía los tríos. Dijo que una de ellas medía casi un metro ochenta. Meses más tarde lo pude comprobar. Rebeca omitió decir que no sólo era muy alta, sino que su amiga tenía dos piercing que adornaban los pezones más hermosos que he visto. Esa es otra historia. No sigo.

Terminó la charla. Yo quería penetrarla por el culo. Le dije y aceptó, aunque con algunas reticencias. Dijo que ella lo introduciría. Que no era una tarea sencilla y que la dejara hacerlo. Me pidió que primero la penetrara por la vagina, y que después de unos minutos lo hiciera por el orto.

Fracasé al seguir sus instrucciones. Hicimos varias posiciones. Pero al ponerse en cuatro no pude resistirme y la penetré con toda la potencia que me quedaba, como si de ello dependiera mi vida. No quise interrumpir el momento de máximo placer. Estallé dentro de ella.

Nos despedimos con un beso tierno. Dijo que le hubiese gustado quedarse un rato más pero debía partir. Le prometí volverla a buscar una vez que regresara a México.

Supe que había regresado. Quise contactarla volver a sentirla. Después de varios intentos nunca hemos vuelto a coincidir.